30.5.2019. Por lo que se ha visto en los últimos tiempos, la utilización del denominado “lenguaje inclusivo” ha demostrado no tener fronteras en algunas expresiones. El “todes” inicial tuvo su ampliación a decenas de vocablos que en su mayoría encontraron en los jóvenes a sus máximos exponentes.
En parte fundado en la idea de que nuestro lenguaje trae consigo un componente machista que, lógicamente, incluye de manera forzosa a las mujeres en expresiones de generalización tales como “los alumnos (les alumnes) de este colegio o los (les) habitantes de este país”, comenzaron los replanteos respecto a cómo debían quedar determinadas las expresiones para que finalmente terminen siendo abarcativas a ambos géneros.
Lenguaje sexista, machista, patriarcal. Los debates estuvieron y siguen estando en el centro del escenario.
Ahora está en cuestión el otro desafío: si lo que es considerado histórico o tradicional, habitualmente utilizado y que por encima de todas las cosas generó una especie de acostumbramiento expresivo es plausible de un cambio.
Ya se dijo en su momento que millones y millones de personas que habitan este mundo pudieron leer y fascinarse con “El Principito”: hubo quienes pensaron que ese título era machista (no inclusivo) y por lo tanto había que modificarlo para que sea acorde a los nuevos tiempos.
Y si se trata de repensar las formas de expresión y las escrituras haciendo base en la tradición o en la historia, nada mejor que traer a la discusión la clásica “Marcha Peronista”. En la Argentina, toda persona que no es partidaria de esa ideología política de referencia, sin lugar a dudas ni titubeos debe saber perfectamente sus primeras estrofas y acordes.
Si la “Marcha Peronista” que tan bien y como nadie supo interpretar Hugo del Carril comienza con el “lenguaje inclusivo”, podría decirse que algo fuerte está pasando en la Argentina.
Las pintadas de calle 50 entre 12 y 13 de La Plata, desafiantes, dan por sentado que nada es imposible.