Gracias, Padre Jorge Langus por seguir entre nosotros, gracias por ser mi amigo
El Padre Langus, siempre afectuoso.

Gracias, Padre Jorge Langus por seguir entre nosotros, gracias por ser mi amigo

Texto: Diego B. Steiner (*).

11.5.2019. Hoy recibimos, toda la familia salesiana, una noticia que nos golpeo directo al corazón, había partido a la casa del Señor, el queridísimo Padre Langus. A los pocos minutos se multiplicaban los mensajes en todos los grupos de WhatsApp, en donde se multiplicaban los mensajes de dolor y sorpresa.

A los pocos minutos comenzó a suceder algo que me hizo estremecer, comenzaron a llegar, en esas mismas cadenas, innumerables cantidades de recuerdos de las vivencias de decenas, cientos, de quienes tuvimos la oportunidad de compartir momentos mágicos con el amadísimo “cura Langus” sí,  el “cura Langus”, uno más de la barra de amigos, ni más ni menos, de esos que siempre están con anécdotas, me hacían revivir casi 40 años de vida compartída con el inigualable cura que supo acompañarme, como a miles de niños y jóvenes, a formarnos bajo el lema de formar “buenos cristianos y honrados ciudadanos”.

De pronto el momento de natural dolor por la perdida física, dejó paso a una inmortal cataratas de anécdotas y vivencias, que convertían momentos simples, en momentos únicos en la vida de innumerables niños y jóvenes salesianos, que se despertaron dentro nuestro, para recordarnos lo que el “cura Langus” nos había hecho vivir, con una catarata de Amor que desbordaba de su mirada.

Revivieron en mi mente, directo del corazón, los recreos en el patio del colegio, en donde en una cancha de fútbol mediana, se jugaban hasta 8 partidos a la vez, con 8 pelotas saltando de un lado a otro, en un ordenado caos, bajo la atenta mirada y sonrisa cómplice, del “cura Langus”, que si veía a algún chico que venia al colegio con zapatos le decía… ¿”Que hacés, paparulo, con zapatos? ¡El recreo es para jugar al fútbol!”, impulsándonos a vivir con alegría la vida en nuestra casa salesiana.

También recuerdo su atención a quiénes, cuando no nos animábamos a decirle que teníamos un problema, pero queríamos que lo supiera, la táctica era caminar por el costado de la cancha, como si no nos importara jugar, mirando el piso , o con la mirada perdida. Eso solo bastaba para que  el “cura Langus” se acercara despacio, caminara al mismo paso, al lado y, como quien no quiere la cosa, te sacara algun tema para charlar, para terminar hablando de ese terrible problemón que te torturaba y no sabias cómo manejarlo, cómo hacer cuando se enteraran tus viejos, cómo hacer para que no te “gasten más los compañeros”, en fin, todos problemas “insolucionables” para nuestra primera década de vida.

Esos problemas, hoy vistos a la distancia, como adultos, hasta nos dan risa, pero no le pasaba lo mismo a ese adulto que nos seguía el paso, escuchándonos, casi llorando, con la voz cortada… para el “cura Langus” también era “un problemón”, nos escuchaba y siempre, pero siempre, tenía la “salida segura” que siempre nos hacía salir ilesos de nuestros problemas, haciéndonos cargo de las consecuencias, pero sin las terribles heridas que, estábamos seguros, nos dejaría el “problemón”.

Siempre presente, siempre en el patio con nosotros, siempre compinche, pero… siempre presente con la autoridad que le daba el amor….

Ni Martín Palermo pudo gambetear al cura Langus

En los años en donde Martín correteaba la pelota en el patio del Colegio Sagrado Corazón Platense, compartiendo con otros 7 u 8 partidos y más de 150 jugadores, se había puesto de moda LA BOMBITA DE OLOR, una terrible herramienta de picardía y demostración de poder a los ojos de un niño de 11 años, para dejar bien sentado a los otros grados, cual grado era el que debía tener la prioridad al momento de elegir la pelota para jugar. Los ataques con estos eficaces elementos de edor, eran arrojados dentro los grados que osaban competir por tener mejor pelota para el recreo.

El cura Langus estaba bien al tanto de esta terrible batalla de poder dentro de la casa salesiana. En una de las últimas charlas que tuve la alegría de compartir, recordaba cómo pudo resolver ese conflicto, que contaba con el silencio cómplice de todo el alumnado. De mucho le sirvió el compartir el patio con nosotros, conocernos a cada uno, distinguir a los líderes de quienes se sentían a gusto siguiéndolos, de esta forma pudo decidir dónde y como actuar.

Al terminar una clase especial en la planta alta, y bajar un grado por la escalera, se coloca el “cura Langus” de golpe, frente a Martín que, gracias a que ya lo  destacaba la altura y estaba un escalón más alto que Langus, quedaron enfrentados cara a cara.

Con voz firme pero afectuosa a la vez, mirándolo directamente a los ojos sosteniéndole la mirada le preguntó a Martin: “Escuchame paparulo, ¿vos no estás con el tema de las bombitas de olor?”, a lo que Martín,  ya con una personalidad que no se dejaría amedrentar, le respondió firme: “No padre, no tengo nada que ver”. El cura Langus insistió: ”¿Estás seguro paparulo?”, a lo que Martín redobló la apuesta, sumándole más firmeza a la respuesta…”¡No, Padre, no! No ando en esas cosas”, a lo que el cura Langus, sin darle tiempo a reaccionar, dio un rápido y seco especie de aplauso sobre ambos bolsillos delanteros del pantalón de Martin, los que  luego de un casi imperceptible sonido corto y fino, comenzaron a mostrar una humedad que los rebalsaba, y le bajaban por ambas piernas: el cura había roto las bombitas de olor que Martín llevaba escondidos en ambos bolsillos del pantalón. Luego de eso, con una mirada comprensiva le dijo: bueno si no tenés nada que ver, andá tranquilo al aula, tienen hora libre. Lo llevó con sus compañeros, los hizo  ingresar al aula, con el pantalón totalmente húmedo, que emanaba un pestilente olor, cerró la puerta y los dejó un buen rato tomando de su propia medicina. A partir de allí, como por milagro, desapareció el conflicto de las bombitas de olor.

En el secundario, acompañando nuestras rebeldias

Siempre presente en el patio durante los recreos, o en su dirección de puertas siempre abiertas, el cura Langus nos conocía a todos, no sólo de nombre, también de temperamento, de sueños y pesadillas, de miedos y ambiciones, tenía el Don de leer nuestro corazón, de sacarnos la charla justa, como que conocía lo que a cada uno nos interesaba hablar, para así lograr una confianza, que nos daba la seguridad que siempre podíamos confiar, que podíamos contar con él.

Pero como en nuestra adolescencia no podíamos pasar encerrados entre cuatro paredes, ideamos el plan perfecto en cuarto año: escaparnos en el recreo largo, por la puerta de la capilla que daba al patio, para de allí pasar a la Basílica, para ganar la tan ansiada libertad y poder ir hasta la plaza, durante la hora de ese profesor que no notaría la falta de dos o tres de nosotros, porque no contaba con la misma atención que años atrás, al haber sido profesor de nuestros padres, sumado a que se acercaba el fin de año y los preceptores estaban muy ocupados en contener al quinto año. Estaban alineados los planetas para que todo saliera perfecto y nadie se enterara, y así fue, cada tanto,  durante esos últimos meses de cuarto año.

Ya de grandes, como exalumnos, mientras compartíamos algún asado con el ahora Padre Jorge, o Jorge a secas, nos enterábamos que conocía perfectamente nuestro plan, escondido detrás del altar mayor de la Basílica, esperaba nuestro pasar, nos seguía a distancia precavida para no ser visto  y a la vez vigilar que no nos pasara nada, y una vez llegados a la plaza, con la seguridad de estar viviendo la libertad total que todo adolescente se merece, no sabíamos que el Padre Jorge nos controlaba, mientras saboreaba un helado en palito, escondido en el quiosco enfrente de la plaza.

No alcanzarían libros, para escribir todas las anécdotas que están llegando, desde los inolvidables fogones en los campamentos de exploradores, donde exponía todo su arte y “magia”… hasta los campamentos de los inexpertos del secundario, que en verano íbamos con carpas “comunes” y, ante una lluvia, sufríamos el ataque furtivo del padre Langus, que se divertía aflojándonos los vientos que sostenían la carpa, para ver como intentábamos, bajo la lluvia, volver a colocarla en la posición en la que no se llenara de agua adentro.

Anécdotas de quienes, ante enfermedades, no pudieron tener su primera comunión junto a sus compañeros en la Basílica, y el Padre Jorge, se acercaba a la casa, con toda la pompa y la importancia del momento, le daba la primera comunión en la cama a algún alumno víctima de alguna enfermedad.

O la picardía, que superaba a la picardía adolescente cuando, una vez al mes, teníamos las confesiones, y de los tres confesionarios habilitados, había uno de ellos que estallaba, por  la enorme fila,  porque allí se encontraba el sacerdote más viejito, al que le fallaban los audífonos. En un momento llegaba el Padre Jorge con una sillita, se colocaba al lado del último de la fila, y comenzaba a confesarnos uno a uno.

O cuando, utilizando sus dotes de gran psicólogo, nos explicaba, ya en quinto año, preparándonos para la Universidad, cuál era la técnica de lograr sugestionar al  profesor durante un oral, para que nos haga la pregunta del tema que más sabíamos.

En fin, no puedo dejar de sonreír, en este momento que debería ser tan triste, porque acordarme de “Jorge Langus” es sinónimo que se me escape una sonrisa. No hay forma de encontrar una foto de él, rodeado de gente que no esté sonriendo.

Jorge Langus no se fue, paso a estar siempre dentro nuestro, con sus consejos, sus palabras, su acompañamiento en los patios, campamentos, retiros… consejos  que siguen tan presente en las situaciones que me toca vivir como adulto.

Con su saludo, al encontrarnos en centros de exalumnos, “Hola paparulo, ¿cuándo te vas a hacer bueno?”.

Orgulloso y agradecido al Señor, a Don Bosco y a María Auxiliadora por regalarnos al Padre Jorge Langus. Orgulloso de ser un “Paparulo del Padre Jorge”, que vive con más fuerza dentro de cada uno de los que tuvimos la Gracia de poder recibir tanto AMOR SALESIANO.

                                                                                            (*) Ex alumno salesiano

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